jueves, 20 de octubre de 2016




Carolina Carré de Malberg

Nació  en Metz (Francia) en 1829,
A los 20 años es desposada con Paul Carré (oficial del ejercito) no practicante. Siguiendo el precepto de San Francisco de Sales, se aplicó a hacer la piedad agradable a los ojos de su marido. Tuvo cuidado de no descuidar ninguna obligación de familia por cumplir con sus devociones. Atenta a sus gustos, le rodeó de múltiples cuidados y aceptó todas las exigencias de la vida social de un oficial de su rango, con lo cual logró suavizar al hombre altanero y caprichoso, a quien decidió ganar para Dios.

Madre probada por la muerte sucesiva de sus hijos (cuatro), es en esta circunstancia que conocerá al P. Henri Chaumont que llegará a ser su director espiritual en 1869.

Dotada por Dios de un gran deseo de santidad daba testimonio de una fe viva en medio de sus numerosas relaciones sociales.
Siguiendo el consejo del P. Chaumont, elige a algunas mujeres para vivir el reglamento de vida de San Francisco de Sales". 
Se proponían vivir el Evangelio en su vida cotidiana. Continuarían en su círculo familiar y social con normalidad, pero a través de su deber de estado, su contacto con el prójimo y su vida de oración buscarían a Dios y practicarían la caridad viviente de Cristo. Dentro de ellas se encuentra la señorita Felicie Gross (más tarde tomará el nombre de María Gertrudis de la Preciosa Sangre) que el Señor escogerá para sus designios.
En el Espíritu de Jesús aprendió el amor a la Voluntad del Padre empeñosamente buscada, apasionadamente aceptada. Salud y enfermedad, ganancias y pérdidas, éxitos y fracasos, alegrías y penas… todo llegó a aceptarlo con un solo deseo en su alma, entregarse a Dios, consumirse en El. De ahí, su total libertad interior.

La energía de la Señora Carré de Malberg había superado muchas veces las dificultades de una salud alterada que se desmejoraba cada vez más. En marzo de 1890 una aguda crisis reveló los estragos terribles que un cáncer había hecho en este organismo debilitado.
Su vida culminó en sufrimientos que no conocieron tregua, el holocausto ofrecido al Señor el día de su Primera Comunión. Una última conversación con quien su director espiritual, confirma su total entrega a la Voluntad divina, su entero desprendimiento de sí misma y la aceptación de sus sufrimientos. Ella no pedía "ni la vida ni la salud", ni siquiera "un poco de alivio". "Amo tan sólo su adorable voluntad y su beneplácito, y no se querer otra cosa".
El indecible calvario duró hasta el 28 de enero de 1891.


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