Santoral 17 de Marzo
Los cuatro evangelistas le mencionan, aunque muy brevemente, y todos coinciden en señalar su intervención en el mismo episodio, el único por el cual este notable de Jerusalén, miembro del Sanedrín, «hombre rico» según Mateo, «ilustre» según Marcos, aparece de un modo fugaz en la historia de Cristo.
José pide permiso a Pilatos para sepultar a Jesús, y una vez concedido, con la ayuda de Nicodemo desclava el cuerpo de la cruz y lo lleva a un nuevo sepulcro excavado en la roca (por eso la tradición cristiana le hace patrón de embalsamadores y sepultureros). Es cuanto se nos dice de él.
¿Quién fue este piadoso personaje? «Persona buena y honrada», le describe san Lucas, «que aguardaba el reino de Dios», o sea «que era también discípulo de Jesús» (Mateo), «pero clandestino, por miedo a las autoridades judías» (Juan). Un discípulo vergonzante que ahora, «armándose de valor», precisa Marcos, reclama el cuerpo del Maestro.
Jesús acababa de morir ignominiosamente, Pedro ha renegado de Él por tres veces en público, los apóstoles, acobardados y vencidos por el desaliento, se esconden o se dispersan, y en la prueba el único que da la cara, el único que se arma de valor, es un discípulo secreto que hasta ahora no se atrevía a declarar su condición.
José de Arimatea inspira un gran respeto, y la leyenda (que le hace recoger en el Gólgota, con el santo Graal, la sangre de Cristo) subraya esa dignidad del que sale de la sombra en el peor momento con una valentía que no tuvieron los más fieles. Él, quizá mal visto por los apóstoles, que podían reprocharle que no se comprometiera, tiene el incontenible arrojo de los tímidos, la impensada serenidad de los nerviosos, la brusca decisión de los titubeantes, y por eso se le venera, por haber hecho valientemente misericordia con el Señor.
Los cuerpos de los crucificados eran arrojados a la fosa común. La infamia continuaba después de la muerte. No sucedió así con Jesús gracias a la audacia y al amor de José de Arimatea.
“Y llegada la tarde, puesto que era la Parasceve, que es el día anterior al sábado, vino José de Arimatea, miembro ilustre del Consejo, que también él esperaba el Reino de Dios y, con audacia, llegó hasta Pilato y le pidió el cuerpo de Jesús. Pilato se sorprendió de que ya hubiera muerto y, llamando al centurión, le preguntó si efectivamente había muerto. Cerciorado por el centurión entregó el cuerpo a José. Entonces éste, habiendo comprado una sábana, lo bajó y lo envolvió en ella, lo depositó en un sepulcro que estaba excavado en una roca e hizo arrimar una piedra a la entrada del sepulcro”(Mc).
El sepulcro era de José de Arimatea, era nuevo y lo había mandado excavar en la roca(Mt). Este José “era un varón bueno y justo, miembro del Sanedrín, el cual no había consentido a su decisión y a sus acciones”(Lc). Le acompaña Nicodemo, ambos junto a Juan ungen el cuerpo de Jesús con aromas una mezcla de mirra y áloe, como de cien libras (Jn).
Los acontecimientos han ocurrido con rapidez en aquel viernes santo. José de Arimatea y Nicodemo nada pueden hacer ante Pilato y el griterío de la masa. Y contemplan el cortejo de la cruz. Pueden ver desde cerca la muerte, las tinieblas, el terremoto, el gran grito, los resucitados. Y un pensamiento se hace claro en su mente: ¿qué sucederá con el cadáver? no puede ser que no reciba una sepultura digna y sea arrojado a la fosa común. Y piensa José en su sepulcro cavado en la roca viva, en la sábana para envolver el cuerpo de Jesús, así como en los ungüentos para preparar el cadáver lo mejor posible. Cuando le llega la noticia de la muerte de Jesús acuden con su autoridad a pedir a Pilato el cuerpo. Pilato, confuso por los acontecimientos, tiene el acierto de certificar la muerte de aquel inocente crucificado, y llama al centurión, éste le asegura que está muerto, y Pilato da el permiso.
José de Arimatea acude con prisa al Calvario junto a Nicodemo, y ayudados por Juan desclavan el cuerpo de Jesús. Uno de ellos abraza el cuerpo junto a la cruz, los otros dos desclavan la mano derecha que cae sobre el que sujeta el cuerpo; después suben de nuevo la escalera para separar el clavo de la mano izquierda, y el cuerpo entero cae sobre el que lo sujeta por la cintura. Con lienzos sujetan por las axilas el cuerpo de Jesús y lo descienden con cuidado, como si pudiesen lastimarlo después de tanto dolor. Después lo entregan a su Madre que lo recibe en su seno como cuando era niño. María llora sobre el cuerpo de su Hijo, sus lágrimas se juntan con la sangre que cubre como un manto real al cuerpo de Jesús. Cuesta separarla del Hijo tan querido. por fin, lo hacen, lavan el cuerpo, separan la corona de espinas que guardan con los clavos y el paño en la cintura que llevaba el crucificado. Le ponen apresuradamente algo de los muchos ungüentos que llevaban, más de treinta kilos, y lo conducen al sepulcro. Allí consuman el acto de piedad del enterramiento. Rodean el rostro de Jesús con un sudario, colocan unas monedas en los ojos, según la costumbre, y lo envuelven en una sabana de lino que rodea todo el cuerpo. Lo depositan sobre una roca en el centro del sepulcro. Salen de la concavidad y, con esfuerzo, colocan la gruesa roca que cierra la sepultura. Se renueva el llanto y el lamento de María. Todos callan y la conducen de nuevo al Cenáculo.
Sin nada vino Jesús al mundo, y sin nada marcha de él, hasta el sepulcro es de otro. Cavado en la roca, sin ser usado de nadie como un nuevo seno virginal. Y al hacerse de noche se retiran para cumplir la legislación del sábado .
José de Arimatea fue prudente al actuar con audacia. Quizá también lo fue cuando era discípulo oculto de Jesús. Es muy posible que su fe en Jesús fuese débil al principio y se uniese el deseo de ayudar desde dentro del Sanedrín con un cierto temor a las consecuencias de declararse de un modo manifiesto seguidor de aquel que se llamaba el Cristo, eso es lo que insinúa Juan en el Evangelio. Lo cierto es que la Cruz le quita cualquier tipo de temor o de perplejidad. Sabe descubrir en la Cruz el Sacrificio de la Nueva Alianza. Una vez iluminada la fe ¿de que sirven las tácticas y cálculos?
José de Arimatea y Nicodemo estaban en los centros de poder de Israel y debían ser prudentes. Su prudencia les llevó a decisiones distintas cuando la situación cambió. Ante Cristo muerto en la Cruz desaparecen todos las estrategias humanas.
El sepulcro vacío se convierte en el primer sagrario material. María Santísima fue el primer sagrario vivo, virginal y lleno de amor. El sepulcro no ha sido usado por nadie. Ahora un sepulcro es el sagrario que contiene por un tiempo el cadáver de Jesús unido a la divinidad, pero separada del alma que desciende a los infiernos a llevar la salvación a los justos del tiempo anterior, tiempo de la paciencia de Dios.
Reproducido con permiso del Autor,
Enrique Cases, Tres años con Jesús, Ediciones internacionales universitarias
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