lunes, 3 de agosto de 2015

MARIA....

Valentina Cecily Brunner Halpern



La Iglesia, ya desde el pontificado de Juan Pablo II, ha hecho un fuerte llamado a un apostolado renovado, a un nuevo proceso de evangelización. ‘Con la ayuda del Espíritu Santo, esta evangelización, por así decir ordinaria, debe ser animada por un nuevo ardor. Es necesario buscar nuevos métodos y nuevas formas expresivas para transmitir al hombre contemporáneo la perenne verdad de Jesucristo, siempre nuevo, fuente de toda novedad’[1]. Ante un mundo que ha avanzado y que ha cambiado muy rápidamente, que en un sentido se ‘reinventa’ todo el tiempo, el anuncio del Evangelio tiene que llegar a todos. Para eso, el apóstol debe ser creativo, audaz, debe anunciar a Cristo con parresía, debe mirar las características particulares de las personas del lugar en donde se encuentra (inculturación). Todas estas características nos remiten a María, que es el paradigma del apóstol.



En la Visitación[2], María nos enseña a ser audaces, serviciales, a anunciar a Cristo y no a nosotros mismos. En Caná ella dice “haced lo que Él os diga”[3] y nos enseña que siempre debemos poner a Jesús en el centro del apostolado. Por último, vale la pena destacar su aparición en el Tepeyac, totalmente identificada con el pueblo mexicano. Nuestra Señora de Guadalupe “se aparece en el mismo lugar donde se veneraba a la diosa azteca Tonantzin, madre de todos los pueblos y de todos los dioses. Es una virgen mestiza que habla con Juan Diego en náhuatl, el idioma de los indios del lugar. En la comprensión de los nativos, es una princesa, y más grande que todos los dioses indígenas, porque oculta al sol y está de pie sobre la luna, que para ellos simbolizaba el poder del mal”[4].
Podemos entonces concluir que ‘dentro del designio divino de reconciliación María tiene un lugar muy preciso en la transmisión de la fe’[5].


La presencia de María en un mundo marcado por las rupturas

Mientras el mundo siente con tanta viveza su propia unidad y la mutua interdependencia en ineludible solidaridad, se ve, sin embargo, gravísimamente dividido por la presencia de fuerzas contrapuestas. Persisten, en efecto, todavía agudas tensiones políticas, sociales, económicas, raciales e ideológicas, y ni siquiera falta el peligro de una guerra que amenaza con destruirlo todo[6]. ¡Cuán actuales resultan estas palabras pronunciadas ya hace 50 años! Las cosas no han cambiado mucho. En medio de este contexto mundial, María se alza como defensora de la paz. Ella, llevando a Cristo, carga también con su mensaje “la paz con vosotros”. Vale la pena remitirnos nuevamente a la acción de Nuestra Señora de Guadalupe en la primera evangelización de Latino América, en donde Ella aparece como reconciliadora de dos culturas en pugna: hispanos e indígenas, pueblos que incluso por momentos llegaron a la guerra abierta y declarada y que finalmente, bajo la acción de Nuestra Señora, convivieron juntos y dieron origen a un nuevo sujeto histórico, el mestizo[7].

María esclarece la identidad de la persona humana

En nuestros días, el hombre “quiere conocer con profundidad creciente su intimidad espiritual, y con frecuencia se siente más incierto que nunca de sí mismo”[8]. Si bien tenemos grande acceso a distintas herramientas de conocimiento personal y auto ayuda, pareciera que nuestro tiempo está marcado por el alejamiento del hombre de sí mismo, en realidad, el hombre hodierno se siente perdido. 
Ante esto, María, “como Luna reflejando al Sol de Justicia… coopera en mostrar el sentido de la identidad y destino de la persona humana”[9]Ella nos muestra que su identidad personal está indesligablemente unida a su vocación. Santo Tomás de Aquino decía: “a aquellos a quienes Dios elige para una misión, los prepara y dispone de suerte que sean idóneos para desempeñar la misión para la que fueron elegidos”. Así, María, la concebida Inmaculada, al responder ‘hágase’ a la misión que Dios le encomienda, enseña a todos los hijos de la Iglesia que nuestra naturaleza responde a una determinada misión, y que solo seremos felices si respondemos al Plan de Dios[10].

María como modelo para la mujer

Para profundizar un poco en este tema, es necesario remontarse a 1960, década de muchos cambios de paradigmas en que se cuestionaron los valores tradicionales del matrimonio y la virginidad. A esto, se suma más tarde el movimiento de liberación feminista, que quiere que las mujeres sean dueñas de su cuerpo y decidan sobre sus vidas. Hoy, ya no hablamos de feminismo, sino de ideología de género, la que plantea que el sexo no define el género, sino que este se construye de acuerdo a las preferencias de las personas. Esto ha destruido a la mujer, sus derechos, sus deberes y su misión. El paradigma contemporáneo nos transmite la idea de que la mujer debe liberarse de la opresión del matrimonio y la crianza de los hijos[11]. Esto es una idea que aliena por completo a la mujer, porque la mujer está hecha para ser madre y cuidar de sus hijos. La maternidad despliega la naturaleza de la mujer, y ésta también implica el cuidado, el servicio, la atención a los detalles, etc.

Esto nos lo muestra María, Virgen y Madre, y por los tanto, modelo para todas las mujeres en cualquiera de sus estados. Si contemplamos a María en los diversos pasajes del Nuevo Testamento, veremos que Ella vive en todos ellos una auténtica femineidad, ya la veamos sirviendo a su prima Isabel, atenta a las necesidades de los demás en Caná, obediente a la Palabra de Dios, firme al pie de la Cruz o en medio de la comunidad de los apóstoles en Pentecostés, su actitud nos habla de una recta comprensión de la mujer.
Cuando la mujer actúa en coherencia con su naturaleza y misión, ella es acompañada de María. Santa Teresa Benedicta de la Cruz decía: ‘existe una cooperación de María doquiera que una mujer cumple su misión femenina, del mismo modo que la colaboración de María está presente en toda la actividad de la Iglesia’.[12]

María como centro de la comunidad cristiana en un mundo individualista


“Las relaciones humanas se multiplican sin cesar y al mismo tiempo la propia socialización crea nuevas relaciones, sin que ello promueva siempre, sin embargo, el adecuado proceso de maduración de la persona y las relaciones auténticamente personales (personalización)”[13]. Nuevamente, las palabras del Concilio Vaticano II nos parecen totalmente actuales. La tecnología y los medios de comunicación sociales han disminuido las distancias entre las personas, pero nos han introducido en un mundo virtual, en el que las personas pueden asumir cualquier personalidad, diferente a quienes son; lo que a fin de cuentas termina por aislarlos, volverlos personas individualistas, anhelantes de comunión pero solas.
María de Pentecostés nos muestra que estamos llamados a formar comunidades en torno a Ella, así, podremos ser una comunidad abierta a la acción del Espíritu Santo, en donde hay un verdadero encuentro, y no una simple ‘comunicación virtual’.



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